Este post lo estoy escribiendo el primer día de Diciembre. Cada primer día del mes acostumbramos realizar dos actividades en mi familia : encender la vela a la Divina Providencia ( somos católicos ) y salir a comer a algún restaurante. Estas actividades para nosotros son una forma de celebrar y dar gracias por el mes que comienza.
Durante el mes solo hacemos dos salidas a comer fuera de casa, si decidimos ir al cine no es un requisito ir a comer, podemos ir al cine después de haber comido en casa. Es una forma de ahorrar, a veces compramos palomitas y refresco o algún dulce solamente. La economía familiar planeada es lo que mejor nos funciona.
Sin embargo Diciembre es diferente, dependemos de otros miembros externos de nuestra familia para planear y obviamente los gastos extras están a la orden del día.
Es el mes en donde tenemos que ponernos de acuerdo con abuelos, tíos, hermanos o primos, incluso algunos amigos para hacer actividades que nosotros llamamos extraordinarias. Somos flexibles, no me mal interpreten, pero la verdad Diciembre siempre ha sido caótico, loco y algo exasperante para quienes formamos mi pequeña familia. El que la rutina se rompa ya es motivo de estrés para mi esposo, para mi hija y para mí.
Desde que era muy joven nunca me ha entusiasmado las celebraciones de Diciembre. Muchas veces evitaba salir a comprar algo porque nunca me han gustado las multitudes o los centros comerciales llenos de gente. Planeo con tiempo lo que voy a comprar : ropa, detalles, comida, regalos. Eso de comprar no lo tengo muy desarrollado, y menos si se trata de épocas navideñas. Ya solo de pensarlo me duele la cabeza. He pasado navidades en pijama, literalmente sin ganas de salir a ningún lado, todo mundo dice que soy el Grinch, quizá algo hay de eso.
Así que a respirar profundo, tomar mucho aire y tener paciencia, Diciembre loco ha comenzado.